Me levanté por la mañana temprano. Salí a pasear por la obra para descubrir que Jamaica era un paraíso con un calor húmedo y pegajoso, como el de la mayoría del Caribe. La sorpresa fue ver que había actividad un domingo a las siete de la mañana. Un operario descalzo sobre un palo de madera enluciendo el dintel de un ventanal, parecía un pajarillo. Sin casco, por supuesto, pero con un porro apagado y pegado con saliva bajo la comisura de sus labios. Era mi primer día como project manager en ese resort de más de 700 habitaciones, del que ya habían salido corriendo dos antecesores en mi puesto. En un entorno tan diferente, tan poco evolucionado, donde los parámetros y criterios estudiados en la facultad no aplican, donde “las herramientas” con las que siempre había trabajado no servían. Por un momento me dije qué hago yo aquí.
Empezaba a entender el porqué de la rapidez con que me ficharon en aquella videollamada veinte días atrás. Por qué mi limitado nivel de inglés en una nación anglosajona no fue un obstáculo para ser contratado, cuando en España ni me hubiesen entrevistado por este simple motivo. Es un país precioso a la vez que violento, racista y con falta de profesionales cualificados en casi todos los gremios. Todo se trae de fuera, hasta un tornillo, y tarda tres meses. Me sentía como un náufrago. Como los primeros españoles que llegaron a América para descubrirla, conquistarla e intentar hacer de ella un lugar mejor.
Los más de veinte años de profesión, los siete hoteles cuya construcción había dirigido, el casi millar de viviendas, obras peculiares como centros comerciales, puertos o complejos deportivos. Todo esto era en lo que se habían basado para lanzarme a esta aventura caribeña.
«Después de superar mil vicisitudes, por fin se terminó aquella obra faraónica. Un resort hotelero que se preveía costara 140 millones de dólares, que cuando llegué tenía un desfase de 12 millones y que fui capaz de bajar a 145. Prueba superada»
Después de un año y tres meses de aplicar todo mi esfuerzo, conocimientos y sentido común. De contar con un magnífico equipo de profesionales que conseguí involucrar más allá de lo razonable. Después de superar mil vicisitudes, por fin se terminó aquella obra faraónica. Un resort hotelero que se preveía costara 140 millones de dólares, que cuando llegué tenía un desfase de 12 millones y que fui capaz de bajar a 145. Prueba superada.
Esta historia real demuestra que, siendo importante la preparación y los estudios, el factor primordial es saber resolver las situaciones distintas basándote en tus conocimientos acumulados. Tener la capacidad de focalizar lo importante y dejar lo accesorio a un lado, negociar, crear equipos humanos implicados y motivados.
En las entrevistas de trabajo, cuando me comentan sobre las condiciones económicas, me hablan de fijos, de las comisiones o de los variables. Nunca me han hecho la gran pregunta: ¿cuánto dinero puedes ahorrarnos con tu trabajo? Esto, que es clave, nadie lo hace y parecería lo más importante. La respuesta a esta pregunta, además, puede suponer que tu salario sea alto o muy barato.
Puede que merezca la pena revisar el modelo y criterios de contratación de las personas. Apostar más por gente de cincuenta y tantos que aporte eso que no se estudia, que lo da el tiempo. Eso que todas las grandes civilizaciones han valorado ancestralmente, que lo poseían los más viejos del lugar y que el resto de “la tribu” respetaba. La sabiduría basada en haberse equivocado anteriormente y saber observar a su alrededor. Eso que tiene un valor incalculable. Eso que llamamos la experiencia.
